martes, 16 de marzo de 2010

Cuento: 110

Brent yacía en la loza fría del piso de su terraza. Ya llevaba 44 estrellas contadas (45,46) -¿Cuánto tiempo ha pasado?- (47,48) Contaba estrellas para evitar pensar en lo que acababa de suceder, esperaba calmarse, era una persona muy espiritual y no quería arrastrar malas energías antes de irse. (49, 50) –No creo que mucho- (51, 52) Había pasado una hora, la noche estaba alcanzando su plenitud y el silencio ya no era violado por el ruido del motor fugitivo, ahora se había vuelto abrumador, un poco insoportable. El cobijo de la oscuridad alentaba el ritual astronómico con el que Brent se había obsesionado (53, 54) -¿Cuánto faltará?– (55, 56) “La casa del Turpial” era la escena, la casa vacacional de Brent Hinds y su señora (57, 58) –Maldita perra– (59, 60) Era un lugar paradisíaco apartado en los bosques de Montana, en Snowy Mountains, el sueño de un ermitaño. Brent no había venido solo, ahora estaba solo, después quien sabe. Era un misterio su futuro, pero el miedo por lo desconocido casi no se sentía en comparación con la rabia latente de quien se ve traicionado. Por eso había que seguir contando. (61, 62, 63, 64) - ¿Cómo pudo hacerlo? ¡¿Por qué?! – (65) Brent amaba a su esposa, ahora la odiaba -Esa puta bastarda- después, no sabía. (66) – ¡Maldita! – Brent desgarró el silencio con un grito de dolor. El piso estaba cada vez más inundado, curiosamente no de agua. (67, 68) Brent aulló una vez más, esta vez de dolor físico. (69) Intentaba no perder la cuenta, pero lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, nublándole la visión. Brent sabía que ese no era el mejor momento para derrumbarse, así que respiró hondo, cerró los ojos y recordó un cumpleaños de su niñez; su amigo Billy le había regalado las últimas dos tarjetas de baseball que le faltaban para completar su álbum, fue un día muy feliz. (70, 71) Había conservado el álbum desde entonces y ahora costaba una pequeña fortuna. En este momento debía estar en su casa en la ciudad, perfectamente situado en una vitrina de la sala, a la vista de todos los ojos curiosos y avaros que preguntaban por él cada vez que era nombrado en alguna conversación. Recibió muchas ofertas tentadoras pero nunca quiso venderlo, era uno de sus pequeños tesoros de la infancia; aparte que el dinero nunca fue un problema, o al menos eso pensaba. (72, 73) – Huele a flores – (74, 75, 76) Suzanne usaba un perfume de flores, pero no, esa no era la fuente del olor. Ella se había ido hace un poco más de una hora (77, 78) – Quizás nunca estuvo – (79, 80)

Suz era una visión de mujer, labios finos, nariz perfilada, cabello tan negro como la noche que Brent contemplaba. Era una década menor que él. Después de su desastroso primer divorcio, ella era el frescor y rejuvenecimiento que tanto estaba buscando, ese despertar a la vida que su espíritu necesitaba. La diferencia de edad nunca fue un problema, o al menos eso pensaba. (81, 82) – Quisiera amar una última vez – (83, 84) Brent era muy romántico, muy poeta, sentía que contar las estrellas era un acto ceremonioso que lo ponía en contacto con la naturaleza e indirectamente con la verdad del universo; algo se debía develar en este momento tan sublime donde sólo existía él y el universo – Puta – (85, 86) y unos pocos advenimientos del pasado. Si había algún momento adecuado para que la visión divina se descubriera en su mente humana, era ahora. Empecinado e impaciente, Brent siguió contando (87, 88, 89, 90, 91) – La saliva me sabe a metal – (92) No sabía si tragar o escupir, se sentía sediento, pero supuso que era algo natural en estos procesos. (93, 94, 95) “Perdóname, Brent” (96, 97) “No eres lo que necesito” (98, 99) – Perdonarte. Por favor. ¿Entonces qué necesitas puta? – (100) Brent se inmutó, - ¿100? – Se asombró de que haya sido capaz de llegar al número 100 -¿Cuánto faltará ahora?– El dolor ya se había ido, le resultaba ilógico que se encontrara tan cómodo y relajado. –Quizás no es ni tan ilógico, quizás esto es así– Un poco de los polvos de Morfeo caían en sus ojos, primera vez que se sentía soñoliento desde que comenzó su faena. (101, 102) – Ciento tres, ciento cuatro – (105, 106) Brent se topa con el cinturón de Orión, la única constelación que sabía identificar. Tres puntos brillantes alineados. Ciento siente, ciento ocho, ciento nueve–

Brent ve una estrella fugaz, la sigue hasta que se pierde de su rango de visión –No pedí mi deseo– Brent bosteza –Ni la conté– Los párpados de Brent se vuelven muy pesados, pero antes de cerrarlos ve otra estrella, esta brilla más que todas, se siente idiota por no haberla visto antes. Era una de las más grandes que había visto en su vida – La más grande que he visto en mi vida – Brent nota que cada vez va creciendo más. Cae en cuenta que es una estrella que acaba de explotar. Leyó sobre eso una vez. Estaba naciendo. –Eres mi señal– Brent sintió amar a la nueva estrella, nunca se había sentido tan exclusivo, tan especial, tan incontenible. Brent lloró de felicidad.
Mientras tanto, en un techo de un carro a 12 km del noroeste de Snowy Mountains, Daniel y Lisa, una adolescente y hormonal pareja, fueron testigos del nacimiento de una estrella, en nombre de ella se prometieron un amor infinito que probablemente en 5 meses terminaría.