miércoles, 5 de mayo de 2010

Historia 1

El abogado cumplió al pie de la letra con los requisitos que el Sr. Atíbulo Berroterán específicamente solicitaba para la lectura de su testamento. Por lo tanto, en el amanecer de la aurora, nos encontrábamos reunidos un selecto puño de personas en el estacionamiento del hospital donde trabajé cuidando al Sr. Atíbulo en sus últimos y moribundos meses. Las otras personas presentes eran los hijos Berroterán: los gemelos Atilio y Atulio, y el menor Damián, la madre de estos y ahora viuda Leonarda Andaluz y un muy amoroso ‘amigo’, un instructor de Bailoterapia al cual nunca le supe el nombre.
En el discurso del defensor de la ley se proferían muchas palabras en verbo jurídico como “Mi condición de albacea testamentario me otorga el poder de custodiar el caudal hereditario… las sucesiones serán otorgadas a los herederos si se cumplen con los parámetros dispuestos… según este ordenamiento jurídico la voluntad del fallecido se respetará y cualquier intento de contrariar las normas dispositivas será llevado a litigio…”

Yo sólo entendí la parte que se relacionaba a mí, el Sr. Atíbulo me eligió como una especie de árbitro o juez de la última aventura que se le pasó por su cabeza, una especie de juego de retos donde lo que se ganaba era el derecho a acceder a la herencia. “Después de muerto aún jode” dijo Atulio después que se terminaron de leer las instrucciones básicas. El abogado por su parte, me retiró a un lado para entregarme un sobre de manila que contenía una especie de panfleto detallando en forma cronológica las faltas que los jugadores podían hacer y sus consiguientes amonestaciones. Digo ‘cronológicamente’ porque una de las primeras oraciones que se asomaban en la hoja era “En el caso que Atulio Berroterán proclame alguna ofensa hacia mi humanidad después de leído el testamento, la amonestación será el retiro de un 35% del total monetario de su herencia”. Al lado tenía dos opciones a marcar, ‘SI’ ó ‘NO’, en ese momento entendí y caí en cuenta que el Sr. Atíbulo, habiendo notado la templanza en mi carácter en esos meses que compartimos, me vio como una juez competente. “Debió haber sido buen observador”, pensé.

Al marcar ‘SI’, sentí una ola de poder por todo mi cuerpo que me alentaba a no bajar la guardia con el circo Berroterán, los cuales ya se encaminaban a sus respectivas zonas de juego. La primera participante era Leonarda Andaluz, durante el camino al lugar elegido, el nivel de tensión se podía cortar con cuchillo. El cuchillo, obviamente, lo otorgaba el amigo instructor con un par de comentarios sobre lo lujoso que era viajar en limosina y cómo él se compraría una cuando por fin fuera famoso como bailarín de videos de Pop.
Gratamente arribamos rápido, el lugar era un preescolar, el abogado leyó entonces las instrucciones personales del fallecido:
“Estimada Leonarda, te agradezco los años que invertiste en mí, cómo me sacabas en cara que sacrificaste tu hermoso cuerpo para darme descendencia y las dos semanas de apoyo que me diste cuando caí enfermo. Pero quitando eso, eres una pésima madre y peor persona. Sin embargo, te otorgaré sin problemas la parte de tu herencia si demuestras lo contrario. Se que desconoces que te encuentras en el que fue el preescolar de tus hijos, tendrás 2 horas para que aunque sea un niño, los seres humanos más amorosos e inocentes, te diga Te quiero. Suerte”

Lo que pasó a continuación yo lo entendería después de muchos años de reflexión como el resquebrajamiento de los pilares de la dignidad de Leonarda: Soltó un grito ahogado, después una risa nerviosa que terminó en hiperventilación, casi se desmayaba pero sostenida por el bailarín, recobró el equilibrio y le soltó una cachetada al abogado. Asombrosamente en mi pequeño panfleto esto se tenía precavido: “Si Leonarda Andaluz sufre un ataque de pánico después de serle leído su reto y por consiguiente, no lo cumple, lo único que se le cederá será la casa de la playa en Vargas”.
Unos gritos de demanda y de ofensas al muerto, el extravagante par se fugó en la limosina, lo extraño es que, con una puntualidad que demostraba una logística escalofriantemente acertada, un coche fúnebre llegó para buscarnos al abogado y a mí. “Este hombre debió haber sido insoportablemente observador” pensé de nuevo, mientras íbamos a recoger a los próximos participantes, Atilio y Atulio. Los encontramos esperando en una de las redomas más bellas de la ciudad, esta vez el abogado no empezó leyendo, sólo se acercó ofreciéndoles un par de llaves y preguntándoles si las querían o no. Las caras largas que traían los gemelos se vieron inesperadamente alumbradas diciendo, casi gritando, al unísono “¡SI!”. La misma respuesta que yo marcaría en la infracción número 12, la cual decía “Si Atulio y/o Atilio acepta/n la(s) llave(s) sin cuestionarse la razón de ese ofrecimiento, la amonestación será el embargo del Jaguar de Atulio y/o el Range Rover de Atilio, dependiendo del caso”.
El abogado seguidamente ya se preparaba para leer las instrucciones:
Mis hijos, mis primogénitos, el fruto de mi semilla. Ustedes son más inútiles que una bicicleta de ruedas cuadradas. El sufijo de sus nombres bien les queda porque estarán en muchos ‘líos’ si no les dejo nada. Por eso, estoy dispuesto a cederles el capital para que emprendan una empresa si demuestran que me conocían y apreciaban. Elijan entre leer el libro de autoayuda que escribí o simplemente dar la vuelta a esta hermosa redoma, por la cual yo muchas veces deambulé en las noches esperando a que el movimiento del carro los hiciera dormir, tienen las llaves del coche que transporta mis cenizas, den una vuelta por cada por cada año de vida que celebré. Piensen bien.”

Me sorprendió la crudeza en el alma del Sr. Atíbulo, pero más que eso, me sorprendió que los gemelos eligieran el libro en vez del hermoso ritual de despedida. En mi manual se especificaba que si se decidían por el libro, perdían el total de su herencia monetaria, y que la única forma de ganar algo era acertando en el número de vueltas. Los gemelos no reaccionaron bien cuando se les comunicó este cambio de planes, me pareció ver un deja vu, ya que se asemejaba a la reacción que tuvo Leonarda. Después de muchas quejas y groserías, cedieron a regañadientes a hacerlo. De igual manera, mi manual decía que supervisara el número de vueltas, tenían que ser 52, ni más ni menos. La infracción de esta regla significaba que la única herencia sería el carro que manejaban, el cumplimiento de la misma comprendía el derecho legal a seguir viviendo en la Quinta “Berroterán Padre”.
La inusual situación atrajo varios espectadores de la fauna mañanera, lo que me distraía un poco de mi tarea, pero lo que más me desconcertó fueron las primeras palabras extra-oficiales que el abogado me dirigía con aire de tristeza “Pobre Atíbulo, lo que le tocó, ¿sabías que nunca había escrito un libro en su vida?”. Los gemelos, milagrosamente, habían dado las 52 vueltas, cuando se nos acercaron felices, el abogado sin proferir palabra alguna les dio los papeles del coche, sacó las cenizas y partimos en un carro que continuaba con la onda de la precisión fantasmagórica. Desde el retrovisor se saboreaba el desconcierto de los gemelos, algo que me alimentó más que el delicioso desayuno que seguidamente tuvimos el abogado y yo.

Esperábamos a Damián en su restaurant, era Chef de comida tradicional con apariencia de gourmet, cosas de la gente Chic. Finalmente tuvo un tiempo para atendernos, su primera duda, y también la mía, era por qué a él no lo citaron en algún lugar como a su familia. Seguidamente el abogado se dispuso a leer las instrucciones que el Sr. Atíbulo le había dejado:
Mon petit Damián, hijo mío, estoy dispuesto a enviarte de nuevo a Francia para que termines de estudiar en esa academia que tanto te gustaba, te dejo la totalidad de la herencia porque sé que sabrás gastarla de forma justa y dadivosa y te dejo todas las acciones en las empresas bajo mi poder. Lo único que pido es que me perdones, tú fuiste el único al que no pude descifrar y eso me asustó. Quiero que sepas que he sufrido mucho pensando en el daño que te pude haber hecho y que he muerto aceptándote tal como eres. ¿Tú podrías aceptar mi perdón? P.S: El paradero de mis cenizas quedará bajo tu juicio.

Esas tiernas palabras más bien incitaron un coraje pasivo en su persona, después de un expectante silencio de casi una hora, al fin se levantó de su asiento y con un suave hilo de angustia en su voz sólo dijo “Gracias” y se marchó. Por unos 2 minutos quedé paralizada, no podía definir si ese agradecimiento era hacia nosotros o hacia el Sr. Atíbulo. En realidad nunca lo definí. Después de esa extraña mañana no supe más nada de los Berroterán. Sólo sospecho un poco cuando, extrañamente, aparece una cierta cantidad de dinero en mi cuenta de vez en cuando.